Ayer celebramos el Día mundial de la población., fecha que pone de manifiesto los retos, dificultades y problemas que afectan a la población mundial y a las condiciones de vida de las personas en los distintos países.
Este día planta la necesidad de establecer un nuevo modelo de sociedad global y cambios estructurales en las condiciones de vida de la población y una revisión urgente de las desigualdades sociodemográficas, económicas y ambientales en el conjunto y contexto global de todos los países y en el desarrollo de las naciones.
Este año, el lema que plantea la ONU respecto a este día internacional es “Hacia un futuro resiliente para un mundo de 8000 millones de personas: aprovechar las oportunidades y garantizar los derechos y las opciones para todos”. El lema nos permite reflexionar sobre el supuesto “progreso” y “desarrollo” de estas oportunidades de la era de la globalización y de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible). Sin embargo, aún no se ha conseguido corregir las desigualdades a nivel global como objetivo general dentro de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, creada por la ONU.
Hablando en términos de progreso y desarrollo relativo, se puede creer que sólo los avances científicos y médicos que han aumentado la esperanza de vida, o reducido la mortalidad o quizá las innovaciones tecnológicas y digitales que nos han facilitado la vida y nos han conectado a niveles inimaginables, creando un mundo interconectado, son un hito de oportunidades para la mejora de la calidad de vida de la población.
Desde Europa, creemos que las buenas condiciones de vida, la conquista “teórica” de los Derechos fundamentales en los países occidentales y europeos, como estandarte de calidad de vida y “desarrollo” del bienestar, contribuyen a crear un mundo mucho más sostenible y justo, desde una visión sesgada y parcial.
Sin embargo, este supuesto progreso, no es universal y homogéneo, ya que las desigualdades son muy acusadas en una gran parte del mundo que, desde la hegemonía occidental, hemos dividido.
Las mujeres todavía mueren o son mutiladas por el hecho de serlo; las desigualdades de género permanecen arraigadas dentro del patriarcado estructural de los estados; la brecha digital deja a personas en países en desarrollo desconectadas; y la población global sigue arrastrando graves problemas, que incluso han empeorado a todos los niveles: el cambio climático, la desigual distribución de la renta y de los bienes, la pobreza, la violencia y los conflictos bélicos, discriminación por motivos de etnia, clase social, falta de recursos, género, identidad u orientación…situaciones todas ellas, que obligan a que gran parte de la población tenga que migrar forzosamente a otros países a intentar comenzar de cero y encontrar esas “oportunidades” que menciona el lema anteriormente citado.
Por otro lado, si hablamos de crecimiento de la población en los países considerados como desarrollados, la tendencia cada vez es más desfavorable, ya que las condiciones de vida, la productividad del capital económico, la precariedad en las condiciones de trabajo, la falta de apoyos en la crianza, o el encarecimiento del nivel de vida, hace que la tasa de fertilidad sea cada vez menor y por tanto, se vayan desarrollando sociedades más envejecidas y dependientes.
Al mismo tiempo, y mientras esto sucede, en América latina, Asia o África, las tasas de natalidad son infinitamente superiores, con un crecimiento extremadamente alto, pero sin unas condiciones que favorezcan una planificación y unas políticas públicas y económicas que sostengan a las familias, llevando a la feminización de la pobreza y a un alto riesgo de exclusión social.
En definitiva, no sólo debemos apostar por ser resilientes en un mundo que aún no garantiza el desarrollo de la población y de sus condiciones de vida y acceso a los derechos básicos y fundamentales que permiten que las personas tengan una vida digna y opciones de un futuro mejor. Debemos construir sociedades inclusivas que defiendan los derechos humanos, donde la salud, educación, el empleo, el desarrollo económico y el acceso a los recursos, sean derechos y realidades garantizadas y no privilegios y promesas plasmadas en objetivos gubernamentales y políticos.
Este día debería ser motivo de garantía de la protección social y de un modelo que satisfaga de manera sostenible las necesidades de la población. En un mundo de 8000 millones de personas debería haber siempre espacio para las oportunidades.
El foco deberían ser las personas y no las poblaciones. Al reducir a las personas a cifras se les despoja de su realidad concreta como persona. En lugar de intentar que las cifras se adecuen a los sistemas productivos, tenemos que conseguir que los sistemas se adapten a las personas, mejorando su bienestar y salud física, mental y social con políticas públicas que sostengan un desarrollo sostenible en términos de capital humano y no sólo económico.
Javier Alcalde Romero
Responsable de Acción Social de Fundación PROCLADE